dilluns, 10 d’agost del 2009

Opinión: "La destrucción de Peníscola".

Un fin de semana de veraneante “furtivo”, me ha permitido visitar Peníscola. Hace más de cincuenta años estuve en esta histórica ciudad, cuando era simplemente un pueblo de pescadores con sus estrechas y tranquilas callejuelas, cuyas blancas y típicas viviendas se han reconvertido hoy en pequeñas tiendas donde se ofrece de todo, a ese río de gente que por las mismas transitan.

Aquel encanto pueblerino a la sombra de los muros de la fortaleza de los Templarios se ha hecho añicos. La perspectiva que se alcanza ahora desde el torreón de ese castillo, que acogió al Papa Luna allá por el año 1414, es algo insólito, al haber destrozado por completo el bello paraje de antaño.

Peníscola, el lugar histórico más relevante de nuestra costa mediterránea, ha sido mancillada al no respetarse todo su entorno.

Absolutamente contrariado por lo que he podido constatar, me pregunto sin hallar respuesta, cómo la codicia de algunos, la permisividad de los que lo han consentido, y la inconsciencia de muchos de los que compraban su segunda residencia en ese histórico lugar, han hecho posible que Peníscola llegara a esta situación sin sentido.

Si los muros de su castillo hablasen y el sonido del oleaje del tranquilo Mediterráneo que llega hasta sus playas, pudieran transmitirnos su inmensa decepción por lo que los intereses creados han destruido en el incomparable marco de su entorno, cuantas cosas nos narrarían sobre el “magnicidio” histórico cometido en este bello lugar de la costa levantina.

Si en Toledo, Ávila y otros lugares de nuestro patrimonio no hubieran actuado en el pasado siglo XX con sentido común, hoy no podrían ser visitados con la dignidad con que se hace. Allí se cerraron las puertas a los especuladores del suelo y con ello evitaron la auténtica destrucción de su pasado histórico.

¿Por qué en Peniscola no se actuó de igual manera?

Lo primero que se me ocurre pensar, es que los máximos responsables que tenían la obligación de preservar esa riqueza monumental, no lo han hecho a lo largo de las últimas seis décadas. Para la historia esos sesenta años es un soplo, pero para los seres que visitan esa villa, son muchos años.

Las instituciones son las responsables de mantener con dignidad el patrimonio nacional. Parece que se han olvidado a lo largo del tiempo de que tanto el famoso castillo, como las murallas de Felipe II, el Portal de San Pedro de Luna que lo mandó construir el mismísimo Papa que habitó el castillo y el templo de Santa María de Peñíscola, donde fue nombrado obispo Alonso de Borja o Borgia, que fue designado Papa con el nombre de Calixto III y muchas más cosas de relevancia histórica, merecen un entorno digno y no en lo que hoy se ha convertido aquel lugar lleno de chiringuitos, apartamentos por doquier, hoteles, pubs nocturnos y un largo etcétera del turismo de pandereta, que no guarda respeto alguno a un pasado digno de mayor suerte, y que en definitiva, ha contribuido al deterioro y a la postre a la destrucción de parte de nuestro propio patrimonio cultural.

Al regresar de camino a Zaragoza, y observar en un día claro allá al fondo unas siluetas que bien pudieran ser “nuestros Pirineos”, pienso lo que descubrí no hace mucho (en uno de esos viajes frecuentes a Panticosa, Broto, Jaca, etc.) la invasión del cemento en forma de apartamentos, que desde hace diez o quince años de manera progresiva avanzan hacia una destrucción de la naturaleza, en definitiva, de ese patrimonio de Aragón, sin que apenas nadie levante la voz para impedirlo.

Viniendo como vengo de escocido tras mi retorno a Peníscola, medio siglo después, sólo me faltaba pensar en la serie de barbaridades que se vienen cometiendo aquí en Aragón. “¡Salvemos las montañas!” es un grito de rebeldía que todos hemos oído para detener hoy esa irresponsabilidad. Mañana será tarde.

Juan Perpiñá. Publicado en Crónica de Aragón


1 comentari:

Sagarmatha ha dit...

Nos suelen llamar retrógrados a los que levantamos la voz cuando vemos la destrucción de las bellezas naturales por especuladores que solo son capaces de actuar cuando hay un reclamo estético que escuchan de lejos pero que son incapaces de ver o reconocer y que no tienen ningun escrúpulo por destruir.

¿Qué tipo de desarrollo es el que construye ciudades artificiales sobresaturadas durante apenas dos meses de verano y que se convierten en ciudades fantasmas durante el invierno que pueden ser saqueadas con la impunidad mas clamorosa por cualquier tipo de "oportunista" ?

¿ A quién beneficia este tipo de desarrollismo?. ¿A la población del lugar o a cuatro especuladores contaditos con los dedos de la mano?

Este desarrollismo que se vanagloria de la población flotante de 2 meses de 200.000 habitantes, carece de la infraestructura mínima que dé cobertura a las necesidades sanitarias, educativas, recreativas y de transporte de los habitantes tanto jubilados como juveniles.

Este desarrollismo, que nunca debería confundirse con un desarrollo cabal y sostenible, es tan sólo un enorme globo de sol y playa que se puede desmoronar con la mas pequeña tormenta.