dimarts, 20 d’octubre del 2009

¡Lástima que Peñíscola esté ya construida hasta el último algarrobal con vistas al divino azul!

Artículo de opinión de Luís Trasobares, publicado en el Periódico de Aragón.

Observo lo de Valencia con mucho interés. No sólo porque es de lo más divertido (esos personajes, esa trama, esa genial desvergüenza), sino porque aquél es un modelo que nos inspira. Aragón ha recuperado el hilo conductor que siglos atrás enlazó nuestras tierras bajas con el prometedor Levante, con las Baleares, Sicilia, Nápoles y Roma. Cosa Nostra. Sólo que hoy no exportamos familias papales, los Borgia nos suenan a serie televisiva y el luminoso sureste mediterráneo nos fascina con su despliegue de alegría, grandes eventos internacionales, festivales, construcciones monumentales, recalificaciones de suelo, enormes negocios inmobiliarios, el manejo del medio ambiente como mero material fungible, coches de carreras, control informativo y la adquisición de autoestima mediante enormes inversiones de dinero público. Es verdad que nos falta ese punto musical, petardero y espectacular que caracteriza a nuestros vecinos (al menos desde que allí manda la gente bien). Pero eso se debe a que nos falta el mar. Deberíamos cambiarles el agua del Ebro por unas cuantas playas en propiedad. ¡Lástima que Peñíscola esté ya construida hasta el último algarrobal con vistas al divino azul!

Por ello asisto fascinado al reventón del modelo levantino. Que no es un reventón cualquiera, sino una mascletá de mil pares, una cremá fabulosa con ninots inimitables, un baile de máscaras alucinante. Pero lo mejor es que, en buena medida, aquello es esto. No tenemos un Camps, una Barberá o un Costa, pero se hace lo que se puede, y se hace con enorme ahínco. ¡Ay si lo de Gran Scala cuajase! ¡Qué puntazo, madre mía, qué despelote fallero!

El caso es que ese modelo político-inmobiliario, trincón, fanfarrioso y de cartón piedra se derrumba ante nuestros ojos. Y sin embargo, muchos de nuestros jefes todavía lo admiran embobados. ¡Todo era mentira y mangancia!, les decimos. Pero ellos siguen embebidos en su dulce sueño: verbenas infinitas, urbanizaciones inconmensurables, premios de Fórmula Uno, estadios cinco estrellas, edificios emblemáticos, universidades bien puede quedarse para otro día, ¡menudo tostón!